sábado, 3 de julio de 2010

un día en tierra de nadie

Hoy conocí a Wilmer, a René y a Elmer. Están esperando tomar un poco de aire para reemprender el viaje montados sobre un tren mexicano que se dirige a Estados Unidos.

No sé si lo logren; los obstáculos son infinitos y peor: son humanos. Hoy además de conocerlos, los vi esconderse en la cocina, aterrados, ante los gritos de aquellos a los que habían agarrado en la primera sala del albergue y de los que habían logrado escapar apenas con golpes: ¡los federales, los federales! Cerraron la puerta del centro de un golpe. Los de dentro lograron escabullirse, pero en las camionetas ya iban varios que habían cazado.

El albergue está pegado a las vías del tren en Tultitlán. Los migrantes centroamericanos caminan a lo largo del camino para descansar unas horas antes de seguir trepados, pegados al techo del vagón con todas sus fuerzas, porque sí; se les va la vida en ello. Por eso escogen manitas y pies en la dinámica de crear un amuleto, porque incluso el terror de la pérdida de la vida o de piernas y brazos es un costo preferible a la vida en sus países, al hambre de la familia.

Las monjas encargadas del albergue no tuvieron que pensar demasiado qué hacer; les quedó claro desde el momento en que entendieron que a su cargo estaba el sueño de la comunidad más vulnerable de México. Salieron a confrontar a los secuestradores, a tenderse como red humana, a gritar que los dejaran libres. Los hombres –más de diez- las empujaban con sus armas automáticas, las apuntaban con sus silencios encapuchados, con sus chalecos negros. Grabamos sus rostros incógnitos y las placas reveladoras donde las hubo; en realidad, en dos de tres camionetas.

Los vecinos, furiosos, reclamaron la libertad de los emigrantes; el respeto a las personas; la exigencia de seguridad. Sorpresa: la comunidad vecina reaccionó con furia y bastonazos. Dijeron que a ellos también los amenazaron con llevárselos, pero no lo sé de cierto; sólo sabemos lo que dijeron. Los captores soltaron a sus presas. Ignoramos si ante la presión del grupo o ante el miedo a la cámara, sólo sabemos que los dejaron ir lívidos, aterrados, golpeados y que todo esto ocurría ante la mirada bovina de los policías locales, que siempre estuvieron ahí, espectadores de un filme europeo.

Huyeron. Arrastraron a Mariano, héroe espontáneo y feroz, y al final, lo dejaron aterrizar sobre el pavimento y romperse la cabeza. Nadie los detuvo.

A pesar del escape y las preguntas, la sensación, al final, es la de la profundidad de las conexiones humanas. Señores importantes de Derechos Humanos circulando, preguntando lo que vimos, lo que supimos y supusimos; monjas valientes enfrentando armas e indiferencias, en comunión con los migrantes, en cadena kamikaze. Niñas salvajes que pusieron a todos a bailar y a aplaudir cuando el primer impulso era llorar y caer. Lo que vimos hoy, fue un secuestro. Lo que vimos hoy fue la SB1070 al extremo en México: violentísima, inhumana, anónima.

Poco hablamos de los migrantes centroamericanos y su paso por México. Pocas veces nos enfrentamos al horror del cartucho cortado porque puedo y porque quiero; casi siempre se trata de una noticia de tantas. No sé quién estaba detrás de las máscaras. No sé si eran policías o delincuentes disfrazados o las dos cosas; no sé si estén acechando los caminos de Wilmer, René o Elmer para ver si les sale más jugo del que de por si les han exprimido. No sé qué sigue en sus destinos; sólo sé que me duele y que no quiero callar; que encima del tren suena el silbato y que sus voces se pierden y que siempre el hambre y una breve cabezadita, por favor, apenas para.

2 comentarios:

Max Blume dijo...

Me molesta que esta entrada no tenga comentarios. Tweeteamos lo que sea, estupideces, pero narraciones como ésta quedan anónimas. Gracias a Dios por ti.

Anónimo dijo...

Tano! estoy impactada con el relato! esta vez no estuve a tu lado para que me agarraras la mano fuerte y te diera n poco de seguridad,pero aún así fuiste valiente y grabaste la injusticia, estoy orgullosa de ti! mucho!

Ano - nima