jueves, 27 de mayo de 2010

la eterna sensación de la foto movida

Cuando sientes que estás en una situación temporal y ésta se vuelve la norma, no te la crees; no importa lo que me digan, no te acostumbras. Te la pasas esperando a Godot, porque si ya pasó tanto tiempo, entonces ya no debe tardar y cuando llegue todo será diferente. Cuando te atoras en un impasse, te tranquiliza saber que es un estado de transición y que de ahí sólo puede seguir lo Otro, lo Distinto, y entonces la permanencia saludable, la-claridad-sin-lugar-a-dudas y nunca más la incomodidad del que sólo está de paso.

Llevo varios años esperando que mi relación con Toluca se resuelva; que volver a casa de mis padres de verdad signifique una visita social y no una loza de mármol y cada quién su tele. Pero no pasa; mi relación con los lugares, los clubes, los ghettos, las disciplinas, es, sigue siendo, la de descolocación; la de estar fuera de foco.

Tal vez por eso trato de comprender las razones y sensaciones de la migración y las fronteras; tal vez por eso me identifico con quien carga sus fotos a cuestas pero nunca las acaba de poner en marcos ad hoc (tan del deber y el buen gusto); tal vez por eso me gusta caminar y subirme al metrobús (aunque no bajarme) y me incomoda quedarme en interiores demasiado tiempo. Tal vez por eso los caracoles y por eso las tesis y las preguntas abiertas.

Entonces me digo que el hogar no es sino una idea, que la metamorfosis de Samsa no terminaba en insecto, que la normalidad es un mito y que no hay manera de llegar a casa, porque ésa (como la culpa y las tías pobres) se carga en hombros.

Pero igual miro al cielo y luego a mi reloj y en voz baja, para que (yo) no me oiga, me digo que ya no debe tardar, que ya hace tanto que espero que seguro pronto.

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