Les temo: no creo que me odien o quisiera matarlas, sólo me provocan ganas de encogerme hasta desaparecer -porque el bombardeo de sus miradas es implacable-. Temo a sus mecanismos interiores de reloj suizo, a su doble párpado eléctrico y a sus intenciones preprogramadas: precisas, a tiempo.
Aclaro, sin embargo, que los patos entran en una categoría distinta (y posiblemente también los pingüinos).
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