miércoles, 6 de junio de 2007

Calles de la udla

no será mi desvarío usual, pero me duele y me preocupa.

PIENSO, LUEGO CONSPIRO




JORGE A. CALLES SANTILLANA

Hoy expondré sucesos que ocurren en
la Universidad de las Américas, Puebla,
institución en la que he estado prestando
mis servicios como profesor e investigador
a lo largo de ya casi 21 años.
Indudablemente es un recuento de
eventos que no puede ser considerado
neutral porque en algunos de ellos he
estado involucrado y porque me mueve
el enojo provocado por los injustifi cados y arbitrarios
despidos de compañeros y amigos. No es, sin embargo, una
narración que tergiverse ni oculte hechos. Es un testimonio
que busca ampliar la información sobre un confl icto
interno que actualmente aqueja a la institución y que amenaza
con destruir el prestigio nacional e internacional que
ha desarrollado y alcanzado en las últimas dos décadas.
Creo —al igual que los profesores e investigadores que
recientemente fueron despedidos por estar involucrados,
según las autoridades, en una “conspiración” cuyo objetivo
es vender la institución “a intereses extranjeros”— que
el liderazgo que ejerce el actual rector, Pedro Ángel Palou,
ha sido profundamente dañino para la universidad y que
su salida es necesaria —además de urgente— si en verdad
se quiere resolver la crisis que vive esta casa de estudios.
La Universidad de las Américas, Puebla fue en sus orígenes
el Mexico City College, institución fundada en 1940
por organizaciones y personas académicas interesadas en
crear un espacio en el cual jóvenes de los Estados Unidos
pudieran realizar estudios universitarios fuera de su país.
Con el tiempo, capital mexicano se unió al norteamericano
y el proyecto creció y se convirtió en Universidad de las
Américas, nombre que daba cuenta ya de la comunidad
de intereses norteamericanos y mexicanos. A fi nales de
los 60s la institución edifi có el campus de Cholula y allí se
trasladó el grueso de la actividad académica, en tanto que
en la ciudad de México se conservó un edifi cio. El interés
por desarrollar un espacio binacional encontró más acuerdos
en el terreno académico que en el fi nanciero pues los
dos grandes conflictos que ha vivido la institución—en
1975 primero y luego en 1985—han surgido de las desavenencias
entre los inversores. La última disputa implicó la
separación defi nitiva de los inversores norteamericanos y
el rompimiento defi nitivo entre la institución de la Ciudad
de México y la de Puebla. No sorprende, entonces, que el
rector Palou quiera hacer aparecer la crisis actual como un
nuevo episodio de esta larga historia de relaciones problemáticas
entre capitalistas mexicanos y norteamericanos.
Para quienes más o menos conocen la historia de la UDLA,
el señalamiento de un “ataque extranjero” suena coherente
y resulta ser un buen gancho retórico que invita a ponerse
del lado del rector, quien de inmediato aparece como el
defensor natural “de los intereses nacionales” dentro de la
institución.
Sin embargo, en esta ocasión no hay tal choque entre intereses
económicos de grupos de los dos países. La actual
crisis es resultado, sin lugar a ninguna duda, de la forma
en la que Palou ha ido desarticulando la institucionalidad
de la universidad para concentrar el poder y ejercer un
liderazgo autoritario que posibilite el desmantelamiento
del proyecto académico que se ha venido desarrollando
en los últimos 22 años. El objetivo del rector no está claro,
pero por largo tiempo se ha especulado en la comunidad
universitaria que se trata de abaratar el proyecto. La prioridad
Palou le da al tema del saneamiento fi nanciero en sus
discursos parece darle fuerza a esta hipótesis.
Ciertamente Neil Lindley —consejero universitario hasta
hace unos días e hijo de Ray Lindley, el primer rector de la
institución— señaló en la junta de consejo del 23 de marzo
pasado que había un grupo de universidades norteamericanas
interesadas en participar en el Patronato de la UDLA
e inyectarle recursos. Cómo lo hizo, qué exactamente dijo,
qué ofreció y a qué se comprometió es algo que no se sabe
con certeza pero las reacciones de algunos miembros del
Consejo y del Patronato y del rector sugieren que Lindley
hizo su propuesta al margen del reglamento que rige a ese
cuerpo universitario y de la ética. Tal vez. Pero lo cierto es
que Lindley no ganó notoriedad dentro de la Universidad
por su propuesta sino por una entrevista publicada en el
periódico estudiantil La Catarina en la que criticó fuertemente
a la administración de Pedro Ángel Palou y a la
familia Jenkins. Hasta ese momento, prácticamente nadie
en la universidad conocía a Lindley, mucho menos sabía
que era consejero universitario y que había asistido a la
última junta a hacer el ofrecimiento que hizo.
Neil Lindey fue acusado de haber actuado en contra del
reglamento del Consejo y faltando a todo principio ético
por lo que los consejeros decidieron su expulsión de ese
cuerpo. Si efectivamente fue echado por ir más allá de lo
permitido —y no por haber expresado públicamente sus
críticas a la administración y al Patronato, como mucho
se ha especulado en la comunidad universitaria— bienvenida
sea la acción correctiva. Soy el primero en celebrarla
y aplaudirla. No creo equivocarme al sostener que la mayoría
de mis colegas y demás miembros de la comunidad
estarán de acuerdo conmigo. Pero no hay razón alguna
para conectar a Lindley con el grupo de profesores que
desde tiempo atrás veníamos expresando desacuerdos
con las decisiones del rector en materia académica y que
decidimos emprender acciones concretas en enero de este
año cuando la administración tomó el control de La Catarina
—semanario universitario manejado enteramente
por estudiantes, en su mayoría del departamento de Comunicación—,
intimidó a sus miembros y suspendió temporalmente
la publicación.
En esos días de enero todos los profesores de tiempo completo
del departamento de Ciencias de la Comunicación
hicimos llegar al presidente del patronato, Sr. Guillermo
Jenkins Antead, una carta en la que enumerábamos acciones
del rector que habían erosionado la institucionalidad
y que le habían permitido imponer como jefa de nuestro
departamento a Martha Laris, mujer de bajo perfi l profesional
y nula carrera académica, y atacar la libertad de
expresión. Ambos hechos —la imposición de Laris y la
supresión de La Catarina— causaron reacciones negativas
en Texas Christian University, institución con la que la
UDLA tiene convenios académicos importantes, entre
los que destaca un programa de doble diploma con varios
departamentos. Las altas autoridades de TCU llegaron a
amenazar con anular compromisos académicos.
Pero la protesta no se constriñó a nuestro departamento.
Varios profesores de las tres escuelas de la institución enviaron
también, por separado, una carta al Sr. Jenkins en la
que hacían ver que el golpe al periódico estudiantil no era
una acción aislada sino consecuencia del autoritarismo
surgido de la concentración de poder promovida por el
rector. Las instancias de análisis y decisión colegiales
habían desaparecido o perdido su carácter, se quejaban
los profesores en esa carta. Denunciaban, además, que el
cuerpo de seguridad de la universidad era utilizado como
fuerza policíaca ya que continuamente intimidaba a estudiantes
y hostigaba a profesores. La respuesta del Sr.
Jenkins fue inmediata. El rector Palou fue citado por el
Sr. Jenkins y otros miembros del Patronato días después
de que estas cartas fueron enviadas y, según se especuló,
la plática ocurrió en un ambiente tenso y la voz del presidente
del Patronato fue dura y tajante. No es posible saber
qué tanto esto es verdad; sin embargo, el hecho de que a su
regreso a la institución el rector anunciara la separación
de Martha Laris del departamento de Comunicación para
hacerse cargo de la Dirección de Comunicación Social, la
formación de un Colegio Académico con amplia representación
de los profesores (uno por cada uno de los treinta
departamentos) y la devolución del control del proyecto
periodístico a los estudiantes hace suponer que los rumores
no eran del todo descabellados.
El Colegio Académico se ocuparía de elaborar un documento
que determinaría la estructura de gobierno de la
universidad, sus instancias y los procedimientos para
nombrar vicerrectores, decanos y jefes de departamento,
y para contratar profesores e investigadores. La constitución
del cuerpo y su actividad consumieron todo el mes
de abril. El resultado fue un primer documento que fue
discutido en todos los departamentos académicos. El
viernes 11 de mayo, los representantes académicos se reunirían
para discutir las observaciones y añadidos particulares
y alcanzar un consenso. De allí surgiría una versión
fi nal del documento que sería enviada al Consejo y
al Patronato universitarios para su aprobación defi nitiva.
Sin embargo, el rector envió el día anterior —10 de mayo,
por la tarde— un comunicado indicando que el documento
había sido turnado al departamento jurídico para su
revisión, cancelaba la reunión de representantes del día
siguiente y daba por terminada la labor del Colegio.
Al día siguiente se conocerían la renuncias de Luis Foncerrada, vicerrector general y Marco Antonio Cerón, director
de Finanzas y Administración. La primera ocurrió
por razones personales, según el comunicado ofi cial. La
segunda, porque el funcionario ostentaba un doctorado de
una universidad no acreditada, no obstante que ese mismo
grado había sido elogiado por el mismo rector en el comunicado
en el que anunciaba su contratación, mes y medio
antes. Este cambio de escenario preocupó profundamente
a la comunidad universitaria porque hacía evidente que
había habido una modifi cación muy fuerte en las relaciones
de poder en las altas estructuras de la institución. Era
sabido que la relación entre Palou y Foncerrada era tirante
desde tiempo atrás y que éste era el único contrapeso
fuerte al poder del rector, gracias a una buena relación con
el Sr. Jenkins y sus hijos. Además, desacreditar el grado
de Cerón como razón para su separación del cargo fue,
evidentemente, un recurso burdo. La suya no era una posición
académica que reclamara un doctorado sino un cargo
administrativo cuyo desempeño requería experiencia en y
habilidad para recaudar y administrar fondos. Pero además,
es muy curioso que al rector le preocupara la calidad
del grado de Cerón cuando su antecesor, Jorge Alberto
Lozoya, no tenía doctorado alguno. Si el grado hubiera
sido una exigencia para poder ejercer el cargo, el caso de
Lozoya habría sido más grave pues era vicerrectoría durante
su gestión y no la dirección en que fue transformada
a su salida.
El problema de fondo era —y la comunidad entera lo sabe—
que Cerón había sido ubicado allí por Luis Regordoza,
presidente del Consejo Universitario hasta hace poco y
quien acaba de renunciar por no haber sido consultado por
Palou en los despidos de Foncerrada y de los profesores. Se
sabe también que Cerón tenía diferencias con el rector
Palou. Jorge Alberto Lozoya, en cambio, era afín a él. Estas
renuncias dejaban en claro que la fuerza de Foncerrada y
su capacidad de ejercer contrapesos se habían perdido por
completo. Por otra parte, la cancelación de los trabajos del
Colegio Académico anunciaba el advenimiento de tiempos
difíciles para los académicos. Qué pasó exactamente
entre el regaño del señor Jenkins a Palou, la merma a su
autoritarismo y su resurgimiento como centro de todo el
poder en la institución es algo que se desconoce. Pero la
intranquilidad y la preocupación volvieron al campus.
Varios profesores de las tres escuelas decidieron reunirse
el 15 de mayo en casa de uno de ellos para discutir escenarios
y acciones posibles. El objetivo era impedir que
se detuviera el restablecimiento de la institucionalidad
que garantizara la participación abierta, plural y diversa
de la comunidad en el gobierno de la universidad. Al día
siguiente, el despido de Mark Ryan, del departamento de
Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas y ex profesor
de Yale, daría inicio al ajuste de cuentas que pretende
eliminar, bajo acusaciones de “conspiración” a académicos
de primerísimo nivel que creen en un proyecto académico
de nivel mundial que se basa en el respeto a la pluralidad,
la disidencia y el pensamiento crítico. El rector dijo
en una entrevista reciente que esos profesores rechazaron
dar su apoyo a “un único proyecto”. Por supuesto, los pensadores
críticos —especialmente en estos tiempos en los
que la existencia de proyectos universales ha sido puesta
en duda más que nunca— no podrán aceptar jamás estar
de acuerdo con un proyecto único, impuesto por una sola
persona sin que haya sido discutido y confeccionado por
quienes en él habrán de participar.
La teoría de la conspiración carece de sustento. Los únicos
hechos que la favorecen son la propuesta de Lindley y la
oposición de varios profesores al liderazgo de Palou. Esta
antecede a aquélla y jamás estuvieron conectadas. Pero
además, la oposición de los catedráticos jamás habría surgido
y la crítica de Lindley jamás habría ocurrido si Pedro
Ángel Palou hubiese respetado la estructura de gobierno
que existía a su llegada y hubiera aceptado compartir el
diagnóstico de la institución, la planeación de la estrategia
de desarrollo y las decisiones con el personal académico
de la institución. Así, la propuesta de Lindley y la discusión
que generó habrían pasado prácticamente desapercibidas
para la comunidad.
En contra de la teoría de la conspiración y a favor de la
teoría de la crisis de liderazgo hay muchos hechos que
anteceden a Lindley y que han ocurrido desde la llegada
de Palou a la rectoría. Enumero algunos: la fusión de escuelas
—eran cinco al arribo de Palou y quedaron tres— sin
justifi cación académica alguna y sin consulta a los cuerpos
académicos; la contratación de amigos del rector o de
sus allegados como profesores a pesar de no contar con
la experiencia y la calidad académicas requeridas por las
plazas; separación de puestos de autoridad de quienes
no coinciden con el rector; despido masivo de profesores
y empleados administrativos sin argumentos sólidos;
concentración del poder; cierre temporal del periódico
estudiantil por publicar críticas al rector; uso de las fuerzas
de seguridad para intimidar y hostigar a estudiantes y
profesores; despido de profesores acusándolos de “conspiración”
por el sólo hecho de haberse manifestado en
contra de las decisiones del rector, y la desarticulación de
los cuerpos docentes de dos de los más importantes y prestigiosos
departamentos de la universidad, el de Economía
y el de Relaciones Internacionales.
Si ser pensante es ser conspirador, si expresar desacuerdos
para fortalecer el espíritu universitario es ser conspirador,
me confieso uno más de ellos. Soy, como leen los presidentes
de los jurados de las películas y series televisivas
policíacas norteamericanas, “guilty as charged”.
jocasa56@yahoo.com.mx

jueves, 24 de mayo de 2007

de segundas oportunidades

No estoy segura de que existan pero quiero creerlo. Las muertes dejan a los vivos y los vivos, después de ver a los ojos al vacío no tienen mas que hacerse de un montón de bolas de estambre de colores y decidir el tejido que dará sentido al caos antes de desaparecer. El monje dijo ¿te das cuenta de que nada de esto existe? y casi puedo ver el código binario que forma las cosas como en la Matrix o las secciones áureas (claro, si no me siguiera persiguiendo el tabú numérico). Como sea, éste es un segundo intento de dejar huellitas en el vidrio, de escribir LÁVAME en el parabrisas y salir al otro día con la esperanza de que el coche siga sucio y de que se le hayan sumado al mío letreros que connoten el sentir del pobre artefacto. Bienvenidos sean todos los que conserven el humor para jalar estambres y hacer origamis de letras, siempre es más divertido mientras más manos, aunque los juegos sean de villanos.

la crisis del silencio

Y el silencio se hizo, se hizo a sí mismo para perderse apenas pronunciara su nombre, aunque lo hiciera en voz muy baja. El silencio no encontraba su voz y de ahí que se dedicara a viajar y a mirar con detenimiento los rostros de todos para ver si no lo ocultaban en sus sueños, en la muerte o en la concepción de su especie. Encontró algo similar a si mismo en el dolor cuando empieza, pero eso tampoco era silencio, se parecía más a un grito. Decidió vivir en la punta de un volcán dormido porque al menos ahí sentía que estaba en familia. Pero lo que no ha podido superar, sin importar cuántos lamas lo hayan mirado con compasión, es la imposibilidad de hablar de si mismo.