domingo, 7 de noviembre de 2010

muchas madres, muchos hijos y nosotros los voyeurs

No puedo dormir y siempre puedo. Cierro los ojos y empiezo a oír voces y a revivir las emociones de mi día en un remolino frenético, como son y deben ser los remolinos. Hoy, o para ser justa, ayer -seis de noviembre- presencié en el centro del mismísimo huracán de flashes, el reencuentro de una madre deshijada con su hija desmadrada veinte años después de su último contacto.

Doña Emeteria vino con la caravana de madres hondureñas que recorren México en una marcha simbólica en busca de sus hijos desaparecidos. Ella, hasta el momento, había participado en más de tres viajes por quién sabe qué esperanza necia que ahora le dice que siempre lo supo. Parece que fue su nieto, el hijo de Marlén, la desaparecida, el que tuvo la iniciativa del reencuentro. No sé; las narrativas siempre encuentran la manera de superponerse al movimiento eólico para simplificar y romancear. El punto es que acordaron que el encuentro sucedería en la casa del migrante San Juan Diego de Lechería, donde tantas mujeres llamadas madres por hijos ajenos y tantos hijos que no pueden llamar a sus madres, se dan las manos.

Globos, discursos, periodistas que buscan que la nota se fabrique para ellos y que no se tarde; ojos de cansancio pero también bocas sonrientes; pastel para todos; Lénor, que apareció de regreso tres meses después de su primera visita y su secuestro; milagros y migrantes: migragros.

La sensación fue tan intensa y tan íntima que me lanzó fuera del círculo de luces: pensé que Emeteria y su hija merecían privacidad y respeto, que tantas personas mirando éramos voyeurs en su ventana y guardé un minuto de oscuridad dentro de mis ojos. La energía nos azucaró a todos: nos mirábamos y abrazábamos y reíamos, meseros bufos; los migrantes revivieron y hablaban, tronaban globos, se correteaban: niños otra vez con tantas madres presentes.

Tengo insomnio y pienso en mi madre, que está ahora en el gabacho y tal vez sueña con reencontrarse con sus desaparecidos con esa necia esperanza de las madres.