jueves, 27 de mayo de 2010

la eterna sensación de la foto movida

Cuando sientes que estás en una situación temporal y ésta se vuelve la norma, no te la crees; no importa lo que me digan, no te acostumbras. Te la pasas esperando a Godot, porque si ya pasó tanto tiempo, entonces ya no debe tardar y cuando llegue todo será diferente. Cuando te atoras en un impasse, te tranquiliza saber que es un estado de transición y que de ahí sólo puede seguir lo Otro, lo Distinto, y entonces la permanencia saludable, la-claridad-sin-lugar-a-dudas y nunca más la incomodidad del que sólo está de paso.

Llevo varios años esperando que mi relación con Toluca se resuelva; que volver a casa de mis padres de verdad signifique una visita social y no una loza de mármol y cada quién su tele. Pero no pasa; mi relación con los lugares, los clubes, los ghettos, las disciplinas, es, sigue siendo, la de descolocación; la de estar fuera de foco.

Tal vez por eso trato de comprender las razones y sensaciones de la migración y las fronteras; tal vez por eso me identifico con quien carga sus fotos a cuestas pero nunca las acaba de poner en marcos ad hoc (tan del deber y el buen gusto); tal vez por eso me gusta caminar y subirme al metrobús (aunque no bajarme) y me incomoda quedarme en interiores demasiado tiempo. Tal vez por eso los caracoles y por eso las tesis y las preguntas abiertas.

Entonces me digo que el hogar no es sino una idea, que la metamorfosis de Samsa no terminaba en insecto, que la normalidad es un mito y que no hay manera de llegar a casa, porque ésa (como la culpa y las tías pobres) se carga en hombros.

Pero igual miro al cielo y luego a mi reloj y en voz baja, para que (yo) no me oiga, me digo que ya no debe tardar, que ya hace tanto que espero que seguro pronto.

sábado, 22 de mayo de 2010

gatos de amplitud modulada

Julio Cortázar decía que los gatos son teléfonos, pero hoy más bien descubro que son radios. Estaba preguntándome entre mocos contenidos y lágrimas en las orejas (consecuencia de la horizontalidad), cómo diablos se reza por alguien, cuando apareció Purr y sentose con elegancia sobre mis costillas. Me miró con esas rayas doradas y soñolientas y arrancó un ronrroneo profundo y constante. Los ronrroneos, finalmente ondas de energía arrastradas por el sonido, le devolvieron la dirección a unos cuantos pastos acalorados, el sentido de las ideas a unos cuantos profesores agotados, el son a unos cuantos músicos desacompasados y el pulso a una pequeña Lupita extraviada en la angustia de la pesadilla de sus padres.

Claro, porque los gatos son los regios portadores de las cajas de ritmo del mundo y no lo habíamos entendido. Basta frotar sus lomos felpudos con amor, para que emitan ondas de gran amplitud que reacomoden el estruendo de un mar de humanos, que olvidó como escuchar y como frotar lomos felpudos con amor.

Huelga decir que con los ronrroneos de los tigres deben tomarse providencias; y que nunca deben provocarse por manos o amor que no sean expertos en crisis globales.

miércoles, 12 de mayo de 2010

y claro, las aves

Les temo: no creo que me odien o quisiera matarlas, sólo me provocan ganas de encogerme hasta desaparecer -porque el bombardeo de sus miradas es implacable-. Temo a sus mecanismos interiores de reloj suizo, a su doble párpado eléctrico y a sus intenciones preprogramadas: precisas, a tiempo.

Aclaro, sin embargo, que los patos entran en una categoría distinta (y posiblemente también los pingüinos).

martes, 11 de mayo de 2010

¿oye?

  • No sé si sabías, pero cuando era una niña, pensaba que los adultos podían oír mis pensamientos y entonces me esmeraba por acallar la voz que todo lo narraba en mi cabeza, nunca lo logré.
  • ¿Te conté que me daban miedo los payasos y todos los personajes travestidos de inocencia y voz tipluda que suelen invitar a las fiestas infantiles? creo que aún me asustan.
  • Sí sabías ¿no? cuando cumplí once años sentí que había pasado la delgada línea en la que las niñas se mueren. Sentí tanto alivio.
  • Seguro ya te había dicho que hurtaba tesoros como un libro pequeño, lustrador de plantas y nieve artificial y los acumulaba debajo de la cama, para cuando huyera, para cuando hiciera falta pulir alguna hoja triste en el camino o fabricar una navidad instantanea o
  • Te dije que me asustaban los perros desde que la Laika me mordió una nalga y también que la historia terminó con mi papá llorando e hipando como niño al que le dolía dolía dolía haber regalado a mi primer perro (la cura del miedo), y entonces la primera terrible verdad: los papás se rompen.
  • Seguro te platiqué cuando rompí la historieta que habían hecho Urbano y los Ahedo, no sé, por no ser parte; también te conté de cuando me atraparon diciendo cosas horribles sobre la niña vecina y la culpa, enorme, como puño cerrado.
  • Te conté, entonces, de mi primer cuento, que era sobre una historia de amor que presenciaba y narraba un árbol, sí, ya sé; pero a mi favor te dije que tenía quince años y no me acuerdo qué me dijiste tú.
  • ¿Te acuerdas de cuando te conté que Chang y yo condenamos a abril? Él me regaló una goma que aún debo conservar y que dice: "para que borres tus penas y el mes de abril", supongo que bajaste la mirada para no decir que ojalá lo hubiera borrado, de haber sabido que
  • ¿Te dije cuando la palma abierta de mi madre en mi gran boca y cómo eso acabó en el exilio lastimado y sin líquido para pulir hojas? y la segunda terrible verdad: los corazones se rompen varias veces.
  • Ah, claro y de los hermanos Grande en todas sus manifestaciones y de cómo un eclipse de luna me trajo a un arquitecto que los ahuyentó y que luego ahuyenté. Tercera terrible verdad: puedes romper infinidad de corazones con o sin ganas de hacerlo.
  • Te conté sin duda de cómo Ellos se convirtieron en Nosotros y cómo compartíamos la inercia por la huída, como si se pudiera escapar de
  • Ya te sabes la parte en la que decidí dejar los bultos en el piso y tener un gato que cupiera en el nombre: Sing-a-purr y luego pensé (tonta, tonta, tonta) que era tiempo de ser adulta y usar un anillo con diamante como ancla para no volver a escapar. Cuarta terrible verdad: los diamantes no son para siempre.
  • Te dije, me acuerdo, de cómo aprendí a patinar en mantequilla (nunca se lleva traje de adulto, porque pesa como armadura medieval) y de cómo uno se define por sus marcadores discursivos (pero, aunque, además, porque) y se permite llegar a los treinta con alegría y también 
  • Sabes de cómo intento hacer patria en las personas y no en los espacios, también creo que me dijiste que poco te importa, pero
  • Lo que sí nunca te dije (no podría, no hay forma) es cómo se escapaba la vida de sus ojos en mis brazos. Quinta terrible verdad: a algunos nos tocó sobrevivir al fin del mundo.
Pero creo que todo eso ya te lo conté.

domingo, 9 de mayo de 2010

retecuento

y que se aparece un gato de júpiter o saturno y de un chorro de agua (esos gatos siempre llevan una pistola de agua de plástico), se lleva el polvo apacible que se había acomodado sin ruido por encima de mis letras, pasmadas-y-boquiabiertas desde que la muerte se alejó llevando de su brazo a urbano.

entonces aquí estoy otra vez, produciendo origamis defectuosos para nadie; con la sensación de reencontrame con un amigo viejo y querido que me dice sin palabras que siempre ha estado cerca de aquí (aquí, allá: ese par de mentirosos) y que es bueno verme de vuelta, con todo este equipaje nuevo y esas canas.

hasta que la desidia me atropelle.