viernes, 11 de noviembre de 2011

soy mexicana y no me da risa la muerte

Acabo de cerrar mi timeline de twitter con una sensación escabrosa en las vísceras. Recién la oficina de Presidencia confirmó la muerte del secretario de Gobernación y de todos los que iban en un helicóptero, vehículo de déjà vus macabros. La información, por supuesto, empezó a fluír como en competencia por llegar primero: corrieron rumores por entre los espacios de silencio, soplaron afirmaciones riesgosas e irreponsables de quienes querían ser los primeros en sacar conclusiones, salpicaron de demandas, críticas y preguntas los que no resisten la tentación de saberlo todo y saberlo ya. 

Finalmente, los medios se inundaron de la certidumbre de las muertes y la ignorancia de las causas; los malabaristas de la información en twitter iniciaron con las conjeturas y las burlas, las palabras saeta desde los avátares y los nicknames de quienes se sienten con el derecho de juzgar con ligereza la pérdida de las vidas, de todas las vidas.

No pretendo moralizar las opiniones, pero me parece que cuando has visto la muerte en los ojos de los secuestrados, los deudos y los espejos tendrías que entender que el dolor abre el mismo boquete en las entrañas de todos, que nos iguala, que no discrimina.

Me parecería una enorme incongruencia pedir respeto y silencio a la muerte de las víctimas de guerras aberrantes y que no lo ofrezcamos de regreso; por superioridad moral o porque nuestros disparos discursivos no tienen consecuencia y podemos seguir en la oficina deseando la hora de salir a comer.