martes, 29 de abril de 2014

me dijo Miguel

 
A mí Miguel me dijo otra cosa, C, me dijo que iba a hacer esperar a la familia un poco porque le gustaba oírte cantar desde siempre; eso me dijo Miguel. Te sorprenderás porque sabes, dado que Miguel es tu amigo, que es un hombre de pocas palabras. Pero desde detrás de su mondadientes me dijo Miguel unas cuantas historias. Me mostró un camino de tierra -o más bien me lo canturreó- rodeado de araucarias gigantescas, me habló de precipicios rellenos con el algodón de las palabras amorosas que las abuelas (Omas y Nonnas) cantan desde tiempos inmemoriales a sus nietos, nietos de ojos inmensos y cabezas asombrosas. Me contó también de tus caminatas por sobre los puentes y campos, buscando quién sabe qué, porque fue y es un misterio para Miguel -como para casi todos-, pero que a él le pareció siempre que se fragmentaba y brillaba como mil luciérnagas.

Sabes que Miguel está envejeciendo; me parece que eso te hace quererlo más, y por eso cuenta las mismas historias una y mil veces. Se ríe, Miguel, porque las personas siempre se ríen cuando están contigo, contagiadas por tus carcajadas llenas de tintineos y de tíos. Te busca Miguel porque como todos, espera con ansias tus abrazos e historias temperadas, porque como todos sabe que te tienes que ir a cazar luciérnagas, porque como todos, sabe que volverás a sentarte con él, a compartirte, como el mate. Sonríe Miguel una sonrisa de ancestros y se dirige hacia su camión de carga. Volta sempre, me dice y vuelve a Bom Jesus con infinita paciencia y un paquete nuevo de mondadientes.

lunes, 7 de abril de 2014

Purr, gatito de felpa


En cuanto abrí la jaula reaccionó, por supuesto le hice baby talk como siempre, con la patita canalizada y todo se levantó para repegárseme y quedarse ahí en la jaula y no, con la cabeza enterrada en mi suéter, el lugar más seguro del mundo. Lo conozco desde hace nueve años y nunca, ni cuando era una bola de pelo que cabía en la palma de mi mano, lo vi tan chiquito, tan frágil. Cuando lo conocí los sostuve a él y a su hermano, cada uno en una mano. El hermano maullaba bajito, Purr no, me no-miraba con sus ojos borrosos de bebé desde su mascarita de Batman. Lo quise desde entonces.

Si no tienes gatos es difícil que entiendas por qué son los compañeros predilectos de los solteros y los solitarios (que no es ni tiene por qué ser lo mismo), por qué parecemos un poco pirados y obsesionados con sus tonterías y sus memes, que si tienes uno es factible que se convierta en el primero de quién sabe cuántos. Se siente raro no sentir su mirada vigilante en la casa, parece biblioteca. Macarrón y yo somos amables y fingimos alegría en voz baja cuando nos cruzamos. A ella se le nota norteada sin la bolla gritona. Le prometo que mañana se lo traigo pero llevo tres días prometiéndolo y cada una de nosotras se retira a su lugar de la casa.

Diabetes, mi sugar cat. Lo encaramos con entusiasmo y gatito chef (si has venido a casa has cantado gatito chef para él, hay versiones en español, inglés y portugués) pero sucede que el chocho cumple mientras tanto, mientras el páncreas se entera de que le has estado viendo la cara y reclama la insulina. Ahí estamos, él y yo, haciéndonos guiños de gato a través de los barrotitos de la jaula del hospital. Antes él me acompañó en todos los duelos a cabezazos y ronrroneos. Me despido y le dejo un besote rojo en la cabeza. Mañana regreso a darle otro.