martes, 6 de mayo de 2014

¿qué pasaría si las palabras estuvieran patentadas?

nos preguntábamos hace muchísimos años Waldo y yo mientras caminábamos por las asoleadas calles de San Pedro, Cholula. Hablar de palabras era parte de mi cotidianidad entonces y lo sigue siendo ahora. Son mi más grande amor, esas cajitas de sorpresas. Entonces el juego consistía en calcular cuánto tendríamos que pagar por una conversación cotidiana (que era mucho más caro que pagar una ponencia sobre ácido músico). Era divertido porque parecía imposible en nuestras mentes ignorantes y ciertamente esperanzadas que eso pasara, pero pasaba y pasa.

Hoy leí dos notas: la primera habla de que Putin promulgó ayer una ley que prohibe palabras altisonantes (¿¿??) en los medios masivos, obras de teatro, literatura, conciertos y arte en general (http://www.animalpolitico.com/2014/05/putin-prohibe-las-palabrotas-en-medios-y-actos-culturales/#ixzz30xIE5Zji). Putin prohibe palabras, Putin ahora legisla sobre el lenguaje como si esto pudiera cambiarle el nombre. A cambio de una PALABROTA, la Federación Rusa te pasa factura en rublos. Las palabras tienen costo, si no las quieres pagar, elimínalas de tu vocabulario. Multar las groserías, particularmente las groserías, esos pivotes catárticos, además, tan necesarias para evitar convertirnos en bombas molotov, para decir lo impronunciable, para echar la mierda en le ventilador. Sigue preguntarse qué considera Putin (¡Putin!) que son las palabras altisonantes; si son las racistas, machistas, clasistas, las sexuales, las que señalan la anatomía, a los flujos del cuerpo, las que están llenas de consonantes vibrantes múltiples, las que le recuerdan a su mamá (la señora Putina), las extranjeras, las negritas, las itálicas o las atildadas... siga Ud.

La segunda nota era una reflexión sobre cómo la inequidad en la toma de turnos de una conversación donde participan las mujeres y hombres (http://www.rolereboot.org/culture-and-politics/details/2014-05-10-simple-words-every-girl-learn/#.U2jWxv38OU8.twitter). La autora, Soraya Chemaly, sostiene que no sólo los hombres hablan más que las mujeres en promedio, sino que arrebatan el turno e interrumpen cuando las mujeres están hablando. Refiere cuando los meseros se dirigen sólo al hombre de la mesa o los interlocutores pasan por alto las opiniones femeninas para considerarlas cuando un hombre las repite. La parte escalofriante es la naturalidad con la que asumimos que así es y lo volvemos neutro; cedemos la palabra para mantener la cordialidad con la única alternativa de ser masculina para que nos consideren iguales.

PALABROTAS y silencios. Cuotas monetarias, sociales y opresivas. No me refiero aquí sino al campo más democrático y creativo, el del habla. Cuando las palabras se patentan, legislan y arrebatan me parece que no nos queda sino hablar.