lunes, 20 de enero de 2014

Michelle, ma belle

 


Imagínate esto:

De cuando en cuando, Dios reúne a sus más sabios consejeros (ángeles, animalitos, algunos árboles) para tomar decisiones importantes. Por ejemplo, cuando acordaron inventar los arcoiris para que los habitantes de la Tierra supieran que de las nubes más oscuras surgen los colores más brillantes; o cuando pusieron motores pequeñitos a los gatos para que arrullaran a sus bebés.

Pues bien, hace poco más de diez años, Dios y sus asesores se dieron cuenta de que las personas estaban muy ocupadas como para prestar atención a lo verdaderamente importante -como los arcoiris, las risas de los niños y los ronrroneos de los gatitos- y lo peor de todo: no se sentían felices sino cansadas y un poco molestas. Después de mucho pensarlo, lanzaron una convocatoria para enviar un milagro brillante al mundo, alguien que tuviera la difícil tarea de alegrar y despertar a cualquier corazón que tuviera la gracia de conocerle.

Muchos, muchos seres del cielo -serafines, querubines, hadas, pollitos y hasta algunas palomas- hicieron pruebas de talento pero ninguno convenció a los consejeros de Dios, que son exigentísimos. Al final del último día de casting, los asesores se miraron preocupados, ¿qué le dirían al Director?

Antes de que amaneciera la respuesta se les apareció bailando por el cielo, se trataba de una estrella despeinada y deslumbrante que corría, cantaba y daba brincos por encima de las nubes con los ojos cerrados. Los asesores la miraron centellear y hacer piruetas y no pudieron mas que sonreír porque habían encontrado a la candidata ideal para la tarea.

Un veinte de enero de hace diez años la estrellita abrió los ojos para encontrarse con los de su mamá y su papá -y abuelitos y tíos y amigos-, ellos sintieron de inmediato como la magia de la estrella más brillante del cielo les calentaba los corazones.

La nombraron Michelle y es mi sobrina.

 (Imagen obtenida de http://atimesnewromantic.wordpress.com)

jueves, 9 de enero de 2014

un cuento (de 2008)


era invierno y parecía invierno.

los colores de las cosas eran absolutos, chillones.

hubieran pero no sabían cómo salir de la maraña de la cortesía.

y es que el invierno era duro y no podían dejar el refugio.

no podían alejarse hasta perderse de vista, sólo tratar.

las formalidades y los ritos los herían como agujas.

su desprecio mutuo se volvía azúcar, sus ganas aceite.

pero las sonrisas y los tintineos de la cucharitas en las tasas eran más fuertes.

si tan sólo hubiera podido por un instante permitirse.

pero había pasado tanto tiempo desde la última vez que supieron cómo.

que no les quedaba más que esperar a que la nieve los dejara seguir con sus vidas.

donde la cortesía tuviera lugar para hincharse.

donde la consecuencia inevitable no fuera un lugar demasiado pequeño.

y siempre alguien de más.