miércoles, 28 de julio de 2010

sacar la SB 1070 de mi sistema

Mañana entra en vigor la SB1070 en Arizona. Recuerdo cuando era una iniciativa y cuando se travistió de ley; recuerdo también cómo esa indignación me llevó a conectar con personas enteradas e interesadas en el proceso migratorio de los mexicanos y de las propias comunidades mexicanas radicadas en Estados Unidos. Mis paisanos son los más jodidos, pensé -llevo casi tres años redactando una tesis que analiza los rastros de identidad en las narrativas de mexicanas migrantes- ¿cómo es posible que se apruebe una ley que trae a la superficie la paranoia por lo diferente, el perfil racial? ¿racial? ¿no estábamos ya más allá de eso? ¿no es inmoral hablar de raza, hasta para los perros? eso pensaba yo, y luego aprendí unas cuantas versiones, transgresiones, tergiversaciones y animadversiones, resultado de la multiplicidad de miradas y, en muchos casos, la hipocresía rampante tan de nuestra especie.

Uno
La raza no es un concepto anacrónico para el país del norte, crisol gigantesco de culturas juntas pero no revueltas. El concepto sirve para diferenciarte, para catalogarte, para identificarte, para saber cómo tratarte. El Otro que no se parece a la idea que tengo de la normalidad, lo que quiera que eso signifique.

Dos
Jan Brewer de verdad cree que está protegiendo a los ciudadanos de Arizona de una amenaza. La amenaza que entiende por igual migrante que narcotraficante que traficante de personas, alien, invasor. I will battle all the way to the Supreme Court, if necessary, for the right to protect the citizens of AZ http://bit.ly/btFPFS (@GovBrewer dixit). Habría que revisar de cuántas maneras se sostiene este discurso, de cuántas plataformas mediáticas, mesas familiares, patios escolares y narices torcidas pende la certeza de que estos caminantes del sur andan con ganas de destruir el status quo de la bondad republicana.

Tres
La otra es que, si bien una ley que supone la capacidad de las fuerzas policiacas para indagar sobre la situación migratoria de los "sospechosos" y la conversión del migrante a criminal tiene tintes de Apartheid, tendríamos que revisarnos como sociedad para ver que no distamos mucho de aquel cerdo orwelliano que declaró con extrema seriedad que todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros. Porque por degradante y anquilosada que nos suene la SB1070, es sólo un síntoma de la selectividad de nuestras indignaciones. Muchos mexicanos nos tomamos la afrenta como personal y nos olvidamos convenientemente de los abusos y atropellos contra los migrantes nacionales y centroamericanos en tierras mexicanas. ¿Por qué callamos y permitimos los secuestros, las detenciones violentas y las extorsiones a los que cruzan por un país cada vez más hostil, nunca por gusto? La invisibilidad de los migrantes indocumentados la hace la indiferencia de los que deciden no ver.

La petición es sólo a mirar hacia dentro y sospechar de las jerarquías tranquilizadoras, las que sostienen que hay quien merece más respeto que otros; pero desde casa, desde el origen de los prejuicios y las etiquetas. Las persecuciones étnicas no se acaban con la tolerancia, ¿no tiene la tolerancia mucho de cuerda tensa?

Rechazo definitivamente los miedos que sustentan la Ley Arizona, pero esa pelea no sólo vive en Phoenix, vive en mi cuadra, en las vías del tren y en las conciencias tranquilas de los que seleccionan tú sí, tú sí, tú sí, tu no.


sábado, 10 de julio de 2010

protocolos

Caracol queriendo, planeando hasta el último detalle de su evento especialísimo. No duerme, el caracol; tiene migraña el pobre, pobre caracol. Pasa por los pasillos, repasa por los momentos, el minute by minute que reparte en varios tantos al personal encargado de la logística. Dispensa, el caracol, acentos de sobra para que de ninguna manera falten tildes de importancia; más vale que sobre, ya se sabe. Italiza el caracol con discreción a discreción. Sucede que cuando llega Él Grán Díá y todos los invitados se reúnen al pie de la esclalera del y de caracol para escuchar las palabras de su gentil anfitrión, el caracol -ay, ay del caracol- toma las tarjetas con el discurso y todo resulte en un batidillo de letras y babas de caracol que salpican a los invitados y fruncen las narices y las comisuras de las damas de sociedad.

caracol derrumbado. a sus pies -si los tuviera- tiritas de papel apelmazado que hacen pensar en confeti y en una fiesta salvaje.

sábado, 3 de julio de 2010

un día en tierra de nadie

Hoy conocí a Wilmer, a René y a Elmer. Están esperando tomar un poco de aire para reemprender el viaje montados sobre un tren mexicano que se dirige a Estados Unidos.

No sé si lo logren; los obstáculos son infinitos y peor: son humanos. Hoy además de conocerlos, los vi esconderse en la cocina, aterrados, ante los gritos de aquellos a los que habían agarrado en la primera sala del albergue y de los que habían logrado escapar apenas con golpes: ¡los federales, los federales! Cerraron la puerta del centro de un golpe. Los de dentro lograron escabullirse, pero en las camionetas ya iban varios que habían cazado.

El albergue está pegado a las vías del tren en Tultitlán. Los migrantes centroamericanos caminan a lo largo del camino para descansar unas horas antes de seguir trepados, pegados al techo del vagón con todas sus fuerzas, porque sí; se les va la vida en ello. Por eso escogen manitas y pies en la dinámica de crear un amuleto, porque incluso el terror de la pérdida de la vida o de piernas y brazos es un costo preferible a la vida en sus países, al hambre de la familia.

Las monjas encargadas del albergue no tuvieron que pensar demasiado qué hacer; les quedó claro desde el momento en que entendieron que a su cargo estaba el sueño de la comunidad más vulnerable de México. Salieron a confrontar a los secuestradores, a tenderse como red humana, a gritar que los dejaran libres. Los hombres –más de diez- las empujaban con sus armas automáticas, las apuntaban con sus silencios encapuchados, con sus chalecos negros. Grabamos sus rostros incógnitos y las placas reveladoras donde las hubo; en realidad, en dos de tres camionetas.

Los vecinos, furiosos, reclamaron la libertad de los emigrantes; el respeto a las personas; la exigencia de seguridad. Sorpresa: la comunidad vecina reaccionó con furia y bastonazos. Dijeron que a ellos también los amenazaron con llevárselos, pero no lo sé de cierto; sólo sabemos lo que dijeron. Los captores soltaron a sus presas. Ignoramos si ante la presión del grupo o ante el miedo a la cámara, sólo sabemos que los dejaron ir lívidos, aterrados, golpeados y que todo esto ocurría ante la mirada bovina de los policías locales, que siempre estuvieron ahí, espectadores de un filme europeo.

Huyeron. Arrastraron a Mariano, héroe espontáneo y feroz, y al final, lo dejaron aterrizar sobre el pavimento y romperse la cabeza. Nadie los detuvo.

A pesar del escape y las preguntas, la sensación, al final, es la de la profundidad de las conexiones humanas. Señores importantes de Derechos Humanos circulando, preguntando lo que vimos, lo que supimos y supusimos; monjas valientes enfrentando armas e indiferencias, en comunión con los migrantes, en cadena kamikaze. Niñas salvajes que pusieron a todos a bailar y a aplaudir cuando el primer impulso era llorar y caer. Lo que vimos hoy, fue un secuestro. Lo que vimos hoy fue la SB1070 al extremo en México: violentísima, inhumana, anónima.

Poco hablamos de los migrantes centroamericanos y su paso por México. Pocas veces nos enfrentamos al horror del cartucho cortado porque puedo y porque quiero; casi siempre se trata de una noticia de tantas. No sé quién estaba detrás de las máscaras. No sé si eran policías o delincuentes disfrazados o las dos cosas; no sé si estén acechando los caminos de Wilmer, René o Elmer para ver si les sale más jugo del que de por si les han exprimido. No sé qué sigue en sus destinos; sólo sé que me duele y que no quiero callar; que encima del tren suena el silbato y que sus voces se pierden y que siempre el hambre y una breve cabezadita, por favor, apenas para.