domingo, 12 de septiembre de 2010

de duelos

Yo pensé que una vez que presenciabas el fin del mundo, las perdidas venideras ya no serían tan terribles. Y sí, pero no. No importa cuántas veces visualices la escena, no importa qué tan fuerte aprietes la panza, con qué tacto se dejen caer las palabras, siempre son pianos sobre tu cabeza: "necesito espacio", "no sé si puedo ser pareja, debo resolverlo", "hemos de extrañarnos"; porque no de tan usados, estos pianos son más suaves.

Tengo jaqueca por pianos y un enorme hueco en el centro del cuerpo. 

Lo más bizarro de la pérdida de personas es el engaño óptico: todo parece idéntico. Aparentemente esa silla obstinada no ha dejado de hacer lo mismo que hacía antes de rasgarnos; aparentemente toda mi casa dice que volverás por la noche por el olor que dejaste colgando de todo; vaya, ni los gatos notaron que la palmadita en la cabeza era una despedida torpe, tan, tan torpe.

¿Cómo les explico a mis ojos que así se ve la nada, igual que cuando aquí habitaba todo? Tal vez por eso se cubren los relojes y los espejos y las ventanas, para mitigar el horror de que te hayas ido y que la macabra realidad siga aquí.

No hay manera de evadir este funeral, sólo no me pidas flores, no ahora. Tal vez el tiempo, o no.



miércoles, 1 de septiembre de 2010

oraciones para exorcisar

Las ardillas no vivimos en los árboles de los Viveros, como algunos creen que ocurre; más bien vivimos en los entramados de las letras, en las palabras que componen los bosques que se narran en los cuentos y en los tres actos de habla del teatro del absurdo. Las ardillas comemos ooooooos remojadas en tes para pasar las tardes y sobrevivir a las ráfagas de propaganda y promesas de salva. Las ardillas mordisqueamos palabras condimentadas como farragoso y escafandra; atesoramos eufonías y practicamos en secreto palabras en polaco como Kapuscinski

Lo cierto es que también, de tanto masticarlas, paladeamos chiclocentros no siempre gratos: algunas palabras pueden contener veneno, distancia y asco aunque parezcan inocentes, se asemejan a las minas escondidas en las muñecas y lastiman igual, antes de que te des cuenta.

¿Y qué palabra más disfrazada de chicle que justo los goznes (bonito palabro) del discurso? Las palabras con significado de procedimiento, las que no viven mas que en el lenguaje, los que llamamos marcadores discursivos, algunos de los que fungen como conectores: también: aunque, pero, aún, además, sin embargo, a pesar de, incluso, desde luego y una cadena de largos etcéteras.

Los marcadores discursivos en realidad son huecos, hagan de cuenta boligoma, que se llena con la forma que la use, por eso: "Mis gatos también sueñan" tiene una connotación antropocéntrica que asume que sólo otras especies no-gatos sueñan y entonces la aclaración señala lo no asumido como natural; aunque no lo creas, los gatos -esos seres inferiories- sueñan igual que nosotros (chicle soso, ese). A lo que voy, es a que si no hay inocencia ni siquiera en mis gatos oníricos, mucho menos la habrá en enunciaciones como "El Bicentenario también tiene voz indígena" de @Milenio.

¿Sintieron ya el regusto discriminatorio?

Las ardillas no sabemos explicarlo del todo -además, todo lo mordemos sin cuidado- pero intuímos que las palabras acaban por develar a sus hablantes, que dejan ver sus verdaderas intenciones en las costuras. También entendemos que hay paladares para todos los sabores y que no tenemos derecho de juzgar al club de fans del hígado encebollado aunque. Sólo creemos que si el enunciador es un medio masivo que pretende declarar hechos, ser imparcial y serio, debería ser cuidadoso con la manera en la que presenta su menú de sabores: la inclusión paternalista es discriminatoria y sabe rancia, sobre todo porque va escondida dentro de un caramelo conmemorativo que celebra la unidad.

Ajá...

 Para otras joyitas de @Milenio: "Marchan ilegales en Saltillo en protesta por masacre" y así.