viernes, 11 de noviembre de 2011

soy mexicana y no me da risa la muerte

Acabo de cerrar mi timeline de twitter con una sensación escabrosa en las vísceras. Recién la oficina de Presidencia confirmó la muerte del secretario de Gobernación y de todos los que iban en un helicóptero, vehículo de déjà vus macabros. La información, por supuesto, empezó a fluír como en competencia por llegar primero: corrieron rumores por entre los espacios de silencio, soplaron afirmaciones riesgosas e irreponsables de quienes querían ser los primeros en sacar conclusiones, salpicaron de demandas, críticas y preguntas los que no resisten la tentación de saberlo todo y saberlo ya. 

Finalmente, los medios se inundaron de la certidumbre de las muertes y la ignorancia de las causas; los malabaristas de la información en twitter iniciaron con las conjeturas y las burlas, las palabras saeta desde los avátares y los nicknames de quienes se sienten con el derecho de juzgar con ligereza la pérdida de las vidas, de todas las vidas.

No pretendo moralizar las opiniones, pero me parece que cuando has visto la muerte en los ojos de los secuestrados, los deudos y los espejos tendrías que entender que el dolor abre el mismo boquete en las entrañas de todos, que nos iguala, que no discrimina.

Me parecería una enorme incongruencia pedir respeto y silencio a la muerte de las víctimas de guerras aberrantes y que no lo ofrezcamos de regreso; por superioridad moral o porque nuestros disparos discursivos no tienen consecuencia y podemos seguir en la oficina deseando la hora de salir a comer.



domingo, 5 de junio de 2011

la hora en la que el año se dobla

El Tiempo, ese señor bigotón y siempre un poco ridículo, me mira desde su escritorio de contador y niega con la cabeza: se me acabó el veinte y es tiempo de que empaque y me vaya. No tengo argumentos para desmentirlo. Me he pasado la primera mitad del año invocando a los cambios y a los movimientos telúricos para empezar a concretar lo que hasta el momento sólo son palabras. Ten cuidado con lo que deseas.

Ahora bien, si he ansiado tanto el cambio y mis ideas son tan claras, ¿por qué no acabo de despegar los dedos del marco de la puerta? Después de mucho pensarlo, concluyo que lo que me aterroriza es empezar un camino en solitario, donde después de un rato, los conocidos y la familia se cansan de palmearte los hombros y desearte suerte y se vuelven a su rutina quincenal de segundo semestre y tú sólo tienes un espejo y una lista manoseada de ideales cada vez más borrosos por la repetición.

En conclusión, que da mucho pinche miedo (aquí el gozne del año).

El espejo me devuelve una cara asustada que conozco bien; en el fondo del cuadro, el Tiempo saca una tarjetita roja y la agita para asegurarse de que lo vea y me baje del estrado. Ni siquiera he empacado las palabras que se supone he de inflar hasta que se transformen en actos con sentido. Miro al Tiempo como Purr me mira cuando lo dejo solo, pero ya se sabe que el Tiempo no tiene sentido del humor.

En la hora de doblar el año hay que empacar también el espejo y llevar en una bolsa segura los números de tus amigos, para que cuando te pierdas, te recuerden quién eres, de dónde vienes y por qué emprendiste esa caminata y en el último de los casos, para que te ayuden a volver a casa. Pero a todo esto, hay que empezar por separar un pie del suelo y luego el otro.





martes, 12 de abril de 2011

murray el inmoral, o los cien años de ráncher

Déjenme pensar, cuando la conocí debía tener alrededor de ochenta y cinco años y ya era una leyenda; lo cierto es que no se llamaba Ráncher entonces, sino 'la Abuela de Analui' o 'Doña María Luisa' y existía en un mundo de abolengo y fotos de personas que habían partido tiempo atrás. Ráncher es vigilante del tiempo y abuela de acero, ha sido la inspiración para fotógrafos y el pilar de vida de Ano; ha resistido los embates de la tristeza y el desencanto con enorme dignidad, también ha tolerado las pasadas de su nieta que la pone a recitar ensalmos de inmortalidad, -ay, ¡cuánto las quiero!

Lo que no saben es que Ráncher sí posee poderes y es capaz de vencer a las propias montañas con su enorme capacidad para la domesticación de los seres pequeños y de las manecillas del reloj; lo que no saben es que Ráncher es capaz de sostener amorosamente, con el poder de cien hombres, a una comunidad pequeña -que nos da por llamar familia- a partir de principios y fe. Lo que no saben es que Ráncher es capaz de enviar bendiciones que protegen, incluso, a nosotros, los agregados culturales del clan Sánchez.

Los que no la conocen pueden dudar que exista ese enorme poder en una mujer que sólo acepta desayunar en el Biarritz de Toluca (su Toluca); pero los que han visto suceder la verdadera magia saben que los poderes vienen en envolturas sencillas y olvidadizas, en manos centenarias de bisabuelas legendarias que tuvieron a bien acompañar este siglo convulso con historias y reliquias de un lugar mejor, su corazón.

Tantos -y tan pocos- años después, no puedo más que abrazarla y con tanto gusto gritarle (no oye tan bien, se entiende): ¡FELIZ CUMPLEAÑOS DOÑA RANCHERAAA!

miércoles, 9 de febrero de 2011

decir y escuchar (o lo que nos tiene tan fascinados)


Te exasperas de que te pida que me digas, que cuentes, que atrapes en las cintas de cuero de las palabras las ideas que revolotean en tu cabeza como la pirotecnia de tu pueblo natal; te digo siempre lo mismo: es ahí, es en ese lugar y sólo en ese donde puedo entender algo, donde la cinta de moebius se convierte en una bonita hebilla de cinturón. Tú, amante del sonido explosivo de las percusiones electrónicas -y de los guiones cortos- prefieres las dedicatorias musicales, los bailes y las lecturas silenciosas y que tus letras brillen como charol bien suajado. Yo recorro los estantes corriendo con los brazos extendidos, tú, desde la cima de tu estatura eliges con paciencia un solo enlatado y la proteges con argumentos teóricos irrefutables (y chistes terribles). Yo puedo pedir a Iván un centenar de veces que repita melcre y cada vez sentir cosquillas en la espalda; tú, puedes doblarte en varias partes ante la pantalla de lo que anticlimáticamente llamas ordenador para encontrar ese beat que te lance a mirar el techo por horas, sonriendo. Yo, siempre contra el tiempo; tú en esa tabla veloz de surfista de minutos que  se convierten en horas cuando -siempre- te topas algo interesante. Yo con tantas preguntas, tú con tantas respuestas de malabarista; yo con los ojos cerrados, tú con los ojos abiertos -lagos negros y profundos-. Yo hablando frente a ti, hablándote, apalabrando, tú deteniendo mi barbilla con esa mano grande y colocando un beso silenciador para que deje de manosear la razón y de una buena vez escuche lo que dice tu percusión cardiaca.