domingo, 7 de noviembre de 2010

muchas madres, muchos hijos y nosotros los voyeurs

No puedo dormir y siempre puedo. Cierro los ojos y empiezo a oír voces y a revivir las emociones de mi día en un remolino frenético, como son y deben ser los remolinos. Hoy, o para ser justa, ayer -seis de noviembre- presencié en el centro del mismísimo huracán de flashes, el reencuentro de una madre deshijada con su hija desmadrada veinte años después de su último contacto.

Doña Emeteria vino con la caravana de madres hondureñas que recorren México en una marcha simbólica en busca de sus hijos desaparecidos. Ella, hasta el momento, había participado en más de tres viajes por quién sabe qué esperanza necia que ahora le dice que siempre lo supo. Parece que fue su nieto, el hijo de Marlén, la desaparecida, el que tuvo la iniciativa del reencuentro. No sé; las narrativas siempre encuentran la manera de superponerse al movimiento eólico para simplificar y romancear. El punto es que acordaron que el encuentro sucedería en la casa del migrante San Juan Diego de Lechería, donde tantas mujeres llamadas madres por hijos ajenos y tantos hijos que no pueden llamar a sus madres, se dan las manos.

Globos, discursos, periodistas que buscan que la nota se fabrique para ellos y que no se tarde; ojos de cansancio pero también bocas sonrientes; pastel para todos; Lénor, que apareció de regreso tres meses después de su primera visita y su secuestro; milagros y migrantes: migragros.

La sensación fue tan intensa y tan íntima que me lanzó fuera del círculo de luces: pensé que Emeteria y su hija merecían privacidad y respeto, que tantas personas mirando éramos voyeurs en su ventana y guardé un minuto de oscuridad dentro de mis ojos. La energía nos azucaró a todos: nos mirábamos y abrazábamos y reíamos, meseros bufos; los migrantes revivieron y hablaban, tronaban globos, se correteaban: niños otra vez con tantas madres presentes.

Tengo insomnio y pienso en mi madre, que está ahora en el gabacho y tal vez sueña con reencontrarse con sus desaparecidos con esa necia esperanza de las madres.

miércoles, 27 de octubre de 2010

cuestión del tiempo

a @pielajena

El Tiempo no siempre fue tan estricto. Las explicaciones, como todos los analistas saben, se encuentran en su más tierna infancia; y es que el Tiempo era un niño soñador que tejía vidas con los dedos mientras canturreaba pensando en Lo Bello. Como tejía sin parar hilvanando sinfines y sinsentidos para abrigar a Lo Bello consigo mismo y maravillarse emocionado; resultó que sus padres, preocupados -como deben estar los padres- decidieron poner fin a un estilo de vida que no consideraba la existencia del destino.

Por eso, consultando con asesores expertos decidieron enviar a El Tiempo a una escuela alemana de alta disciplina donde le quitaron los colores de los dedos y le enseñaron a engarzar manecillas en complicados mecanismos de la vecina Suiza. El Tiempo se graduó con honores por sentar las bases de la narrativa y la vejez y por proponer un protocolo -junto con la Muerte, su novia- que reciclaba los espacios y a la vida en un ciclo infinito.

Aún, de pronto, permite El Tiempo que sus párpados resbalen y se formen burbujas donde habita Lo Bello y baile sin obedecer reglas, por el puro placer.

domingo, 10 de octubre de 2010

algo sobre mi padre


Hace dos días fue cumpleaños del Doctor, mi papá; que es el Doctor desde que la bata blanca lo cubre y se agita al viento como capa de superhéroe de mi infancia: mi papá es doctor y cura y la gente lo quiere y lo busca y yo no tuve que buscarlo nunca, es mío. Mi padre es un hombre fuerte y bueno como árbol. Cerca de él, siempre me he sentido protegida y en paz; mi padre es un hombre serio como árbol pero gentil como árbol también; mi padre sabe bien de dónde viene y dónde están sus raíces; mi padre calla lo que lo quiebra con ese aire de tristeza de los cedros en la tarde; mi padre desafía al tiempo con enorme dignidad, porque su corteza es milenaria y no envejece aunque su corazón sienta que se rompe.

Hay muchas maneras de mirar a mi padre, pero yo me quedo con la de hija, la que lo mira con ojos fascinados desde que conoció sus manos-ramas gigantes, sus cantos y sus cuentos; la que respeta sus opiniones y busca sus consejos. La que haría lo que fuera por verlo sonreír como antes del fin del mundo.

A ese árbol hermoso, a ese superhéroe de bata hoy le dedico todo mi post y todo mi amor.

martes, 5 de octubre de 2010

el dolor es el dolor es el dolor es el dolor

Llegó desde abajo, como lenguetazos de marea y se instaló en la boca de mi estómago, latiendo, viejo conocido, cabrón. Me dijo al oído: nunca me he ido porque justo soy lo que no está, soy el órgano que falta, el aire succionado, la ausencia ahuecada en tus brazos y las palabras que se estrellan en el piso sin estrépito, sin sustancia. Una vez pasada la rabia -esa máquina que todo lo llena de vapor-  queda la forma, el molde lleno de polvo, la boca sin grito; y sí, es el mismo de cuando se apareció la mole de la muerte. 

Porque la pérdida siempre contiene a las otras pérdidas, porque te deja perdida, pobre chinita, en el mismo lugar, en el mismísimo bosque de la China. Porque el dolor de eso es igual al dolor de lo otro, es el mismo puño vacío.

Dicen (y yo lo he dicho), porque saben, que esto también pasará, que la sensación brillante se disolverá en agua y que correrá bajo el puente. Sí, eventualmente sanaré y también eventualmente me olvidaré de esta sensación conocida, del señor sordo que grita en susurros que volverá y que más vale que acepte que él será el único amor que no se va a acabar.

domingo, 12 de septiembre de 2010

de duelos

Yo pensé que una vez que presenciabas el fin del mundo, las perdidas venideras ya no serían tan terribles. Y sí, pero no. No importa cuántas veces visualices la escena, no importa qué tan fuerte aprietes la panza, con qué tacto se dejen caer las palabras, siempre son pianos sobre tu cabeza: "necesito espacio", "no sé si puedo ser pareja, debo resolverlo", "hemos de extrañarnos"; porque no de tan usados, estos pianos son más suaves.

Tengo jaqueca por pianos y un enorme hueco en el centro del cuerpo. 

Lo más bizarro de la pérdida de personas es el engaño óptico: todo parece idéntico. Aparentemente esa silla obstinada no ha dejado de hacer lo mismo que hacía antes de rasgarnos; aparentemente toda mi casa dice que volverás por la noche por el olor que dejaste colgando de todo; vaya, ni los gatos notaron que la palmadita en la cabeza era una despedida torpe, tan, tan torpe.

¿Cómo les explico a mis ojos que así se ve la nada, igual que cuando aquí habitaba todo? Tal vez por eso se cubren los relojes y los espejos y las ventanas, para mitigar el horror de que te hayas ido y que la macabra realidad siga aquí.

No hay manera de evadir este funeral, sólo no me pidas flores, no ahora. Tal vez el tiempo, o no.



miércoles, 1 de septiembre de 2010

oraciones para exorcisar

Las ardillas no vivimos en los árboles de los Viveros, como algunos creen que ocurre; más bien vivimos en los entramados de las letras, en las palabras que componen los bosques que se narran en los cuentos y en los tres actos de habla del teatro del absurdo. Las ardillas comemos ooooooos remojadas en tes para pasar las tardes y sobrevivir a las ráfagas de propaganda y promesas de salva. Las ardillas mordisqueamos palabras condimentadas como farragoso y escafandra; atesoramos eufonías y practicamos en secreto palabras en polaco como Kapuscinski

Lo cierto es que también, de tanto masticarlas, paladeamos chiclocentros no siempre gratos: algunas palabras pueden contener veneno, distancia y asco aunque parezcan inocentes, se asemejan a las minas escondidas en las muñecas y lastiman igual, antes de que te des cuenta.

¿Y qué palabra más disfrazada de chicle que justo los goznes (bonito palabro) del discurso? Las palabras con significado de procedimiento, las que no viven mas que en el lenguaje, los que llamamos marcadores discursivos, algunos de los que fungen como conectores: también: aunque, pero, aún, además, sin embargo, a pesar de, incluso, desde luego y una cadena de largos etcéteras.

Los marcadores discursivos en realidad son huecos, hagan de cuenta boligoma, que se llena con la forma que la use, por eso: "Mis gatos también sueñan" tiene una connotación antropocéntrica que asume que sólo otras especies no-gatos sueñan y entonces la aclaración señala lo no asumido como natural; aunque no lo creas, los gatos -esos seres inferiories- sueñan igual que nosotros (chicle soso, ese). A lo que voy, es a que si no hay inocencia ni siquiera en mis gatos oníricos, mucho menos la habrá en enunciaciones como "El Bicentenario también tiene voz indígena" de @Milenio.

¿Sintieron ya el regusto discriminatorio?

Las ardillas no sabemos explicarlo del todo -además, todo lo mordemos sin cuidado- pero intuímos que las palabras acaban por develar a sus hablantes, que dejan ver sus verdaderas intenciones en las costuras. También entendemos que hay paladares para todos los sabores y que no tenemos derecho de juzgar al club de fans del hígado encebollado aunque. Sólo creemos que si el enunciador es un medio masivo que pretende declarar hechos, ser imparcial y serio, debería ser cuidadoso con la manera en la que presenta su menú de sabores: la inclusión paternalista es discriminatoria y sabe rancia, sobre todo porque va escondida dentro de un caramelo conmemorativo que celebra la unidad.

Ajá...

 Para otras joyitas de @Milenio: "Marchan ilegales en Saltillo en protesta por masacre" y así.

miércoles, 28 de julio de 2010

sacar la SB 1070 de mi sistema

Mañana entra en vigor la SB1070 en Arizona. Recuerdo cuando era una iniciativa y cuando se travistió de ley; recuerdo también cómo esa indignación me llevó a conectar con personas enteradas e interesadas en el proceso migratorio de los mexicanos y de las propias comunidades mexicanas radicadas en Estados Unidos. Mis paisanos son los más jodidos, pensé -llevo casi tres años redactando una tesis que analiza los rastros de identidad en las narrativas de mexicanas migrantes- ¿cómo es posible que se apruebe una ley que trae a la superficie la paranoia por lo diferente, el perfil racial? ¿racial? ¿no estábamos ya más allá de eso? ¿no es inmoral hablar de raza, hasta para los perros? eso pensaba yo, y luego aprendí unas cuantas versiones, transgresiones, tergiversaciones y animadversiones, resultado de la multiplicidad de miradas y, en muchos casos, la hipocresía rampante tan de nuestra especie.

Uno
La raza no es un concepto anacrónico para el país del norte, crisol gigantesco de culturas juntas pero no revueltas. El concepto sirve para diferenciarte, para catalogarte, para identificarte, para saber cómo tratarte. El Otro que no se parece a la idea que tengo de la normalidad, lo que quiera que eso signifique.

Dos
Jan Brewer de verdad cree que está protegiendo a los ciudadanos de Arizona de una amenaza. La amenaza que entiende por igual migrante que narcotraficante que traficante de personas, alien, invasor. I will battle all the way to the Supreme Court, if necessary, for the right to protect the citizens of AZ http://bit.ly/btFPFS (@GovBrewer dixit). Habría que revisar de cuántas maneras se sostiene este discurso, de cuántas plataformas mediáticas, mesas familiares, patios escolares y narices torcidas pende la certeza de que estos caminantes del sur andan con ganas de destruir el status quo de la bondad republicana.

Tres
La otra es que, si bien una ley que supone la capacidad de las fuerzas policiacas para indagar sobre la situación migratoria de los "sospechosos" y la conversión del migrante a criminal tiene tintes de Apartheid, tendríamos que revisarnos como sociedad para ver que no distamos mucho de aquel cerdo orwelliano que declaró con extrema seriedad que todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros. Porque por degradante y anquilosada que nos suene la SB1070, es sólo un síntoma de la selectividad de nuestras indignaciones. Muchos mexicanos nos tomamos la afrenta como personal y nos olvidamos convenientemente de los abusos y atropellos contra los migrantes nacionales y centroamericanos en tierras mexicanas. ¿Por qué callamos y permitimos los secuestros, las detenciones violentas y las extorsiones a los que cruzan por un país cada vez más hostil, nunca por gusto? La invisibilidad de los migrantes indocumentados la hace la indiferencia de los que deciden no ver.

La petición es sólo a mirar hacia dentro y sospechar de las jerarquías tranquilizadoras, las que sostienen que hay quien merece más respeto que otros; pero desde casa, desde el origen de los prejuicios y las etiquetas. Las persecuciones étnicas no se acaban con la tolerancia, ¿no tiene la tolerancia mucho de cuerda tensa?

Rechazo definitivamente los miedos que sustentan la Ley Arizona, pero esa pelea no sólo vive en Phoenix, vive en mi cuadra, en las vías del tren y en las conciencias tranquilas de los que seleccionan tú sí, tú sí, tú sí, tu no.


sábado, 10 de julio de 2010

protocolos

Caracol queriendo, planeando hasta el último detalle de su evento especialísimo. No duerme, el caracol; tiene migraña el pobre, pobre caracol. Pasa por los pasillos, repasa por los momentos, el minute by minute que reparte en varios tantos al personal encargado de la logística. Dispensa, el caracol, acentos de sobra para que de ninguna manera falten tildes de importancia; más vale que sobre, ya se sabe. Italiza el caracol con discreción a discreción. Sucede que cuando llega Él Grán Díá y todos los invitados se reúnen al pie de la esclalera del y de caracol para escuchar las palabras de su gentil anfitrión, el caracol -ay, ay del caracol- toma las tarjetas con el discurso y todo resulte en un batidillo de letras y babas de caracol que salpican a los invitados y fruncen las narices y las comisuras de las damas de sociedad.

caracol derrumbado. a sus pies -si los tuviera- tiritas de papel apelmazado que hacen pensar en confeti y en una fiesta salvaje.

sábado, 3 de julio de 2010

un día en tierra de nadie

Hoy conocí a Wilmer, a René y a Elmer. Están esperando tomar un poco de aire para reemprender el viaje montados sobre un tren mexicano que se dirige a Estados Unidos.

No sé si lo logren; los obstáculos son infinitos y peor: son humanos. Hoy además de conocerlos, los vi esconderse en la cocina, aterrados, ante los gritos de aquellos a los que habían agarrado en la primera sala del albergue y de los que habían logrado escapar apenas con golpes: ¡los federales, los federales! Cerraron la puerta del centro de un golpe. Los de dentro lograron escabullirse, pero en las camionetas ya iban varios que habían cazado.

El albergue está pegado a las vías del tren en Tultitlán. Los migrantes centroamericanos caminan a lo largo del camino para descansar unas horas antes de seguir trepados, pegados al techo del vagón con todas sus fuerzas, porque sí; se les va la vida en ello. Por eso escogen manitas y pies en la dinámica de crear un amuleto, porque incluso el terror de la pérdida de la vida o de piernas y brazos es un costo preferible a la vida en sus países, al hambre de la familia.

Las monjas encargadas del albergue no tuvieron que pensar demasiado qué hacer; les quedó claro desde el momento en que entendieron que a su cargo estaba el sueño de la comunidad más vulnerable de México. Salieron a confrontar a los secuestradores, a tenderse como red humana, a gritar que los dejaran libres. Los hombres –más de diez- las empujaban con sus armas automáticas, las apuntaban con sus silencios encapuchados, con sus chalecos negros. Grabamos sus rostros incógnitos y las placas reveladoras donde las hubo; en realidad, en dos de tres camionetas.

Los vecinos, furiosos, reclamaron la libertad de los emigrantes; el respeto a las personas; la exigencia de seguridad. Sorpresa: la comunidad vecina reaccionó con furia y bastonazos. Dijeron que a ellos también los amenazaron con llevárselos, pero no lo sé de cierto; sólo sabemos lo que dijeron. Los captores soltaron a sus presas. Ignoramos si ante la presión del grupo o ante el miedo a la cámara, sólo sabemos que los dejaron ir lívidos, aterrados, golpeados y que todo esto ocurría ante la mirada bovina de los policías locales, que siempre estuvieron ahí, espectadores de un filme europeo.

Huyeron. Arrastraron a Mariano, héroe espontáneo y feroz, y al final, lo dejaron aterrizar sobre el pavimento y romperse la cabeza. Nadie los detuvo.

A pesar del escape y las preguntas, la sensación, al final, es la de la profundidad de las conexiones humanas. Señores importantes de Derechos Humanos circulando, preguntando lo que vimos, lo que supimos y supusimos; monjas valientes enfrentando armas e indiferencias, en comunión con los migrantes, en cadena kamikaze. Niñas salvajes que pusieron a todos a bailar y a aplaudir cuando el primer impulso era llorar y caer. Lo que vimos hoy, fue un secuestro. Lo que vimos hoy fue la SB1070 al extremo en México: violentísima, inhumana, anónima.

Poco hablamos de los migrantes centroamericanos y su paso por México. Pocas veces nos enfrentamos al horror del cartucho cortado porque puedo y porque quiero; casi siempre se trata de una noticia de tantas. No sé quién estaba detrás de las máscaras. No sé si eran policías o delincuentes disfrazados o las dos cosas; no sé si estén acechando los caminos de Wilmer, René o Elmer para ver si les sale más jugo del que de por si les han exprimido. No sé qué sigue en sus destinos; sólo sé que me duele y que no quiero callar; que encima del tren suena el silbato y que sus voces se pierden y que siempre el hambre y una breve cabezadita, por favor, apenas para.

martes, 22 de junio de 2010

visitas

Pues resulta que un hombre muy, muy alto ha comprado tiempo aire en mis sueños. Y así; cuando estoy soñando que doy clases, aparece asomado (agachado, por supuesto) en la ventanita de la puerta; cuando sueño que estoy en una reunión festiva (casi siempre mis sueños se desarrollan en fiestas), aparece detrás de los árboles o los muros de la hacienda; cuando estoy discutiendo algo seriesísimo, aparece ahí, al fondo del cuadro, calladote y milenario.

Su presencia me sorprende hasta en el propio sueño, aunque no me incordia. Nunca he intentado hablarle. De alguna manera sé que está ahí porque quiere, porque tiene derecho y entonces yo sigo en mi discusión, o fiesta o clase sin dejar de buscarlo con el rabillo del ojo.

lunes, 14 de junio de 2010

tiempo de voces

Antes de Twitter, paranoia significaba estar seguro de que alguien te seguía, ahora es todo lo contrario.
                                                                                                                                             @padreorozco

Oigo voces. Algunas me interpelan, otras sólo pasan de largo y se posan -pajarillos azules- frente a mis ojos casi siempre para mi deleite. Algunas me ofenden, asustan, inflaman, hacen cosquillas; casi todas se enlazan con las arañas que tejen telas en mi cabeza y discuten y muchísimas veces, echan por tierra mis certezas con versiones del mundo desde el mismo mundo. Lo curioso es que siento que las voces son naturales; no implicó, su llegada, un proceso de adaptación y una que otra jaqueca pidiendo silencio. Mi cabeza siempre albergó un diálogo con turnos caóticos, sólo que a veces no había quién tomara el micrófono desde los otros lados.

 Sí, lo reconozco, para mi, Twitter es un milagro de magnitudes infinitas.


- Soy yos

Disculpen -¡oh nolectores!-, si cambio de tema y no soy seria y sólo planeo sobre las cosas. Así ando por la vida, buscando quién me cuente historias y quedándome con pedacitos para armar andamios absurdos antes de dormir. Lo único que sé es que nunca es suficiente. Lo único que sé es que, como me contó Labioduro, es posible que la gente se caiga de las sillas y aterrice en los árboles. ¿Ven? Mis voces no mienten porque son una multitud de posibilidades, patafísica o la pura esquizofrenia que sienta a todos sus personajes alrededor de la misma mesa a la hora de comer y así la llevamos; a los gritos, como pasa hasta en las mejores familias de italianos, según lo reproducen las películas.

martes, 8 de junio de 2010

yo confieso: mi tortuosa relación con el fútbol

Crecí con el juego. Nunca un partido forzado, nunca una tele impositiva ni una fidelidad de abolengo. Mi papá nos contaba sobre las glorias de oro del Guadalajara, cuando el Campeonísimo de ChavaTigreTuboJamaicón y supongo de ahí, la idea de la nobleza y del equipo del pueblo, de la nube de humo blanco brotando de las tribunas.

Reconozco que mi amor sucedió por contagio; mi hermano se tatuó las rayas blancas y rojas y cantaba odas a los hombres. Con la selección era la misma cosa, sus gritos desgañitados maldecían la hora en la que había nacido cualquiera de los -generalmente delanteros- que fallaban a la hora de dar/pelear/cabecear/definir el último empujón a las redes de los contrarios. Urbano no era furioso, a menos que se enfrentara a la televisión cuando México o Guanatos. Urbano y mi papá, los dos,  tejieron una mitología alrededor de los jugadores, los hicieron íntimos; y los tres les pusimos nombres nuevos: el Tronco (Mora), Tezozómoc (Blanco), Al Tabarán (Sánchez); y sí, también el álbum Panini de todos los años, que le ayudábamos al hermano a completar (no sé cuántas veces vimos las fotos, cuántas historias armamos con ellos, cuantas veces dijimos sus nombres).

La Gorda recuerda, doblado de risa, aquella vez en que yo chillaba sobre el gamo decorativo de la mesa de la sala: ¡Ay, las Chivas, las Chivas!, suficiente locura y suficiente alcohol por una noche; y yo recuerdo cuando salimos Urbano y yo del estadio Cuauhtémoc con nuestros gorros y camisetas rayadas; orgullosos y estóicos soportando las mentadas de madre de los poblanos cuando nos veían pasar.

Carajo; hoy no se oyen ya los gritos de mi hermano ante la tele, ni siquiera, los ecos de sus maldiciones. Mi papá ya no tiene con quién compartir su código futbolero -tan padre-hijo- y yo, he perdido las ganas de abrazar figuras decorativas y camisetas. Hoy, el fútbol, el mundial, los once de Aguirre me duelen y me enojan, porque no sucitan al loco contagioso, sólo su ausencia. Porque ante esa pantalla, ya nunca, ya Nadie.

jueves, 27 de mayo de 2010

la eterna sensación de la foto movida

Cuando sientes que estás en una situación temporal y ésta se vuelve la norma, no te la crees; no importa lo que me digan, no te acostumbras. Te la pasas esperando a Godot, porque si ya pasó tanto tiempo, entonces ya no debe tardar y cuando llegue todo será diferente. Cuando te atoras en un impasse, te tranquiliza saber que es un estado de transición y que de ahí sólo puede seguir lo Otro, lo Distinto, y entonces la permanencia saludable, la-claridad-sin-lugar-a-dudas y nunca más la incomodidad del que sólo está de paso.

Llevo varios años esperando que mi relación con Toluca se resuelva; que volver a casa de mis padres de verdad signifique una visita social y no una loza de mármol y cada quién su tele. Pero no pasa; mi relación con los lugares, los clubes, los ghettos, las disciplinas, es, sigue siendo, la de descolocación; la de estar fuera de foco.

Tal vez por eso trato de comprender las razones y sensaciones de la migración y las fronteras; tal vez por eso me identifico con quien carga sus fotos a cuestas pero nunca las acaba de poner en marcos ad hoc (tan del deber y el buen gusto); tal vez por eso me gusta caminar y subirme al metrobús (aunque no bajarme) y me incomoda quedarme en interiores demasiado tiempo. Tal vez por eso los caracoles y por eso las tesis y las preguntas abiertas.

Entonces me digo que el hogar no es sino una idea, que la metamorfosis de Samsa no terminaba en insecto, que la normalidad es un mito y que no hay manera de llegar a casa, porque ésa (como la culpa y las tías pobres) se carga en hombros.

Pero igual miro al cielo y luego a mi reloj y en voz baja, para que (yo) no me oiga, me digo que ya no debe tardar, que ya hace tanto que espero que seguro pronto.

sábado, 22 de mayo de 2010

gatos de amplitud modulada

Julio Cortázar decía que los gatos son teléfonos, pero hoy más bien descubro que son radios. Estaba preguntándome entre mocos contenidos y lágrimas en las orejas (consecuencia de la horizontalidad), cómo diablos se reza por alguien, cuando apareció Purr y sentose con elegancia sobre mis costillas. Me miró con esas rayas doradas y soñolientas y arrancó un ronrroneo profundo y constante. Los ronrroneos, finalmente ondas de energía arrastradas por el sonido, le devolvieron la dirección a unos cuantos pastos acalorados, el sentido de las ideas a unos cuantos profesores agotados, el son a unos cuantos músicos desacompasados y el pulso a una pequeña Lupita extraviada en la angustia de la pesadilla de sus padres.

Claro, porque los gatos son los regios portadores de las cajas de ritmo del mundo y no lo habíamos entendido. Basta frotar sus lomos felpudos con amor, para que emitan ondas de gran amplitud que reacomoden el estruendo de un mar de humanos, que olvidó como escuchar y como frotar lomos felpudos con amor.

Huelga decir que con los ronrroneos de los tigres deben tomarse providencias; y que nunca deben provocarse por manos o amor que no sean expertos en crisis globales.

miércoles, 12 de mayo de 2010

y claro, las aves

Les temo: no creo que me odien o quisiera matarlas, sólo me provocan ganas de encogerme hasta desaparecer -porque el bombardeo de sus miradas es implacable-. Temo a sus mecanismos interiores de reloj suizo, a su doble párpado eléctrico y a sus intenciones preprogramadas: precisas, a tiempo.

Aclaro, sin embargo, que los patos entran en una categoría distinta (y posiblemente también los pingüinos).

martes, 11 de mayo de 2010

¿oye?

  • No sé si sabías, pero cuando era una niña, pensaba que los adultos podían oír mis pensamientos y entonces me esmeraba por acallar la voz que todo lo narraba en mi cabeza, nunca lo logré.
  • ¿Te conté que me daban miedo los payasos y todos los personajes travestidos de inocencia y voz tipluda que suelen invitar a las fiestas infantiles? creo que aún me asustan.
  • Sí sabías ¿no? cuando cumplí once años sentí que había pasado la delgada línea en la que las niñas se mueren. Sentí tanto alivio.
  • Seguro ya te había dicho que hurtaba tesoros como un libro pequeño, lustrador de plantas y nieve artificial y los acumulaba debajo de la cama, para cuando huyera, para cuando hiciera falta pulir alguna hoja triste en el camino o fabricar una navidad instantanea o
  • Te dije que me asustaban los perros desde que la Laika me mordió una nalga y también que la historia terminó con mi papá llorando e hipando como niño al que le dolía dolía dolía haber regalado a mi primer perro (la cura del miedo), y entonces la primera terrible verdad: los papás se rompen.
  • Seguro te platiqué cuando rompí la historieta que habían hecho Urbano y los Ahedo, no sé, por no ser parte; también te conté de cuando me atraparon diciendo cosas horribles sobre la niña vecina y la culpa, enorme, como puño cerrado.
  • Te conté, entonces, de mi primer cuento, que era sobre una historia de amor que presenciaba y narraba un árbol, sí, ya sé; pero a mi favor te dije que tenía quince años y no me acuerdo qué me dijiste tú.
  • ¿Te acuerdas de cuando te conté que Chang y yo condenamos a abril? Él me regaló una goma que aún debo conservar y que dice: "para que borres tus penas y el mes de abril", supongo que bajaste la mirada para no decir que ojalá lo hubiera borrado, de haber sabido que
  • ¿Te dije cuando la palma abierta de mi madre en mi gran boca y cómo eso acabó en el exilio lastimado y sin líquido para pulir hojas? y la segunda terrible verdad: los corazones se rompen varias veces.
  • Ah, claro y de los hermanos Grande en todas sus manifestaciones y de cómo un eclipse de luna me trajo a un arquitecto que los ahuyentó y que luego ahuyenté. Tercera terrible verdad: puedes romper infinidad de corazones con o sin ganas de hacerlo.
  • Te conté sin duda de cómo Ellos se convirtieron en Nosotros y cómo compartíamos la inercia por la huída, como si se pudiera escapar de
  • Ya te sabes la parte en la que decidí dejar los bultos en el piso y tener un gato que cupiera en el nombre: Sing-a-purr y luego pensé (tonta, tonta, tonta) que era tiempo de ser adulta y usar un anillo con diamante como ancla para no volver a escapar. Cuarta terrible verdad: los diamantes no son para siempre.
  • Te dije, me acuerdo, de cómo aprendí a patinar en mantequilla (nunca se lleva traje de adulto, porque pesa como armadura medieval) y de cómo uno se define por sus marcadores discursivos (pero, aunque, además, porque) y se permite llegar a los treinta con alegría y también 
  • Sabes de cómo intento hacer patria en las personas y no en los espacios, también creo que me dijiste que poco te importa, pero
  • Lo que sí nunca te dije (no podría, no hay forma) es cómo se escapaba la vida de sus ojos en mis brazos. Quinta terrible verdad: a algunos nos tocó sobrevivir al fin del mundo.
Pero creo que todo eso ya te lo conté.

domingo, 9 de mayo de 2010

retecuento

y que se aparece un gato de júpiter o saturno y de un chorro de agua (esos gatos siempre llevan una pistola de agua de plástico), se lleva el polvo apacible que se había acomodado sin ruido por encima de mis letras, pasmadas-y-boquiabiertas desde que la muerte se alejó llevando de su brazo a urbano.

entonces aquí estoy otra vez, produciendo origamis defectuosos para nadie; con la sensación de reencontrame con un amigo viejo y querido que me dice sin palabras que siempre ha estado cerca de aquí (aquí, allá: ese par de mentirosos) y que es bueno verme de vuelta, con todo este equipaje nuevo y esas canas.

hasta que la desidia me atropelle.